abril 24, 2013

Trampa con cereza

Ilustración para TRAMPA CON CEREZA, de Jorge Jaramillo Villarruel
© 2008, Valeria Uccelli
—Quiero hacerte el amor.
     —Primero tienes que atraparme.
     Él corrió detrás de ella cuando echó a correr por la floresta. La persecución duró horas y días, y él comenzó a pensar que nunca podría hacerla suya. El rastro que ella dejaba era apenas visible, flotaba más que corría, podría pensarse.
     Jadeaba, rendido. Decidió tomar un descanso. Sentado junto a un árbol, vio que de él colgaban cerezas de un rojo cautivador y aroma sin igual. Comenzó a comerlas, y se le ocurrió un modo de atraparla.
     Preparó una trampa con una cuerda y la rama de un árbol y colocó como carnada una de aquellas cerezas, una bien grande, brillante y de perfume intenso. Después, se ocultó detrás de un grupo de arbustos y esperó.
     Algún tiempo después, ella pasó por allí, furtivamente, pero percibió el aroma de la cereza y se acercó. Miró hacia todos lados, con recelo, pero al no ver a nadie, estiró el brazo y tomó la fruta. La cuerda se cerró sobre su muñeca y la rama se agitó, regresando a su posición original, en lo alto del árbol.
     —Te atrapé —dijo él, saliendo de su escondite.
     —Muy bien, te felicito; ahora bájame de aquí, y vayamos a tu casa.

Estaba semidesnuda sobre la cama y él metió los dedos de su mano derecha en su boca, jugando con su lengua. Metió los dedos de la mano izquierda en su sexo, y comenzó a moverlos de mil maneras. Colocó su boca sobre uno de sus senos y paladeó con enorme gozo. Ella se retorcía, gemía y suspiraba; su respiración se volvió intensa, violenta, comenzó a arrojar chispas por los ojos y un mecanismo interno se activó. Él pudo escucharlo. Era como un reloj. Tic-tac, tic-tac.
     Él dejó de jugar con el cuerpo de ella y sintió miedo. ¡Era una bomba! Lo supo y corrió a refugiarse debajo de la cama, acobardado. Aún escuchaba la respiración agitada de ella, cada vez más veloz, hasta que una fuerte explosión la acalló. Él vio el resplandor del fuego sobre las paredes de la habitación y esperó un tiempo, hasta darse cuenta de que el incendio había pasado; entonces, salió de su escondrijo.
     Buscó sobre la cama. El cuerpo de ella estaba ahí, destrozado, consumido por las llamas. Entre sus dientes sujetaba algo. Era una cereza. Una de esas bombas cereza que causan estragos en los baños de los colegios.
     —¿Ha valido la pena? La tuve y ahora la perdí.
     Se alejó caminando por el bosque, ignorando los cerezos en flor que le hacían pensar en ella, deteniéndose sólo a comer fresas y zarzamoras.

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