diciembre 15, 2009

Instantáneas del F I N del M U N D O (ii)




Fiesta


Fue a una fiesta y bebió un poco. Se sintió mareada y se desvaneció. Ellos trataron de levantarla, pero ella no estaba ahí.


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Resistencia

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Resistencia
o la anamorfosis
*

Oh just burn down the house!
Burn down the street!
Turn everything red and the dream is complete

—The Cure, Doing the Unstuck

En esta época donde una nueva convicción no reemplaza una vieja, sino más bien la devora y diversifica y se contradice, lo más decente es no buscar guirnaldas ni la bastarda gloria revolucionaria; permanecer en el estricto oficio donde el logro no es ya un reconocimiento general y la flor sino la discusión y la oscuridad del trabajo solitario del que excava tumbas.

Uno se resiste a la hoja en blanco [queremos ensuciarla]. Blanco sobre blanco. ¡Qué sueño! Pero la escritura es siempre negro sobre blanco; oscuridades sobre claridades. Y uno quisiera preservar esa hoja blanca, esa revista blanca, esa literatura blanca sin mancharla de objetos y persecuciones que no nos llevan a ninguna parte. Al finalizar el día, nos vamos a dormir y no podemos tener la seguridad de que nuestras manchas de tinta nos sobreviven durante la noche.

Mallarmeando un poco, hemos creado la anticultura. Desde Nietzsche Dios no es más que una impostura, bien nos dicen. Pero ¿cuál es el modus vivendi de una sociedad atea? Eso todavía está por verse. ¿Cuánto más? Todo está muriéndose pero no hay embarazos. Los sistemas políticos incluidos. Y tampoco parece que un nuevo movimiento de rebeldía de juventud como el Punk de 1966-1967 quiera dar muestras de salir a escena. ¿A qué esperamos? ¿Por qué nos resistimos? ¿Es que no vamos nunca a salir a tomar las calles y levantar la voz? ¿No vamos nunca a pintar la Ciudad de México de Rojo y Negro?

Me resisto siquiera a pensarlo.

Haciendo un poco como Samuel Beckett, llenando el blanco del vacío con voces y silencios que no significan gran cosa... Tenemos un hoyo en el corazón del tamaño de un camión y lo queremos llenar con basura, con agua, con amor, con una cogida de una noche, con flores o con el absurdo reflejo de la vida que está en otra parte. “El tiempo se llenaba con el silencio y el habla” (Martha Robles: 103). Y al final agua, nada de llamas. ¿Es esto todo lo que podemos tener? ¿Es esto todo?

Me resisto siquiera a pensarlo.

Como me resisto a llevar a cabo un formalismo chucho como la versificación académica tan g[u/a]stada por los latinos de la bota europea. Como me resisto a dejar de tocar una y otra vez el “the Eraser” de Tom con H Yorke. Como me resisto a comprar un teléfono móvil nuevo con la vana esperanza de encontrar mi viejo celular (porque una vana esperanza aunque vana es esperanza). Como me resisto a llevar una línea estándar, establecida por los sagrados cánones de la creación escritural, una prosa clara, directa o no tanto, pero no tan poco, un discurso coherente y bien estructurado. Y es que en mis laberintos creáticos plagados de fantasmas, en las cámaras secretas de nuestro corazón y de nuestro cerebro, no tengo nada realmente importante que decir. No soy un Artaud, ni un Montesquieu, ni un Maquiavelo, ni un Bukowski, ni un Verlaine. Es más, ni siquiera soy un maldito Cortázar como para que alguien pague el precio de impresión de estas hojas que debieron quizá quedarse en blanco sobre blanco {de no ser por la dolorosa resistencia a quedarse uno calladito en un rincón viendo cómo la vida de los demás se desdobla de las formas más interesantes} Y aunque ni soporto ni respeto a Cortázar, a veces me ciegan “unos celos furiosos e imposibles de vengar, la continuidad de un dolor sin esperanza” (Stendhal: 542), y me resisto a callar más. Pero... o en el fondo vencí esa negativa o en el fondo sólo soy un condenado escritor más, que se vanagloria de sí mismo en esta gloria vana y banal ante la que sucumbe incluso el verdadero genio, mas una vana gloria aunque vana es gloria. ¿Y por qué no voy yo a festejar mis propios logros {decidirme a continuar algo comenzado, algo apenas esbozado en un papel, es para mí un logro} usando mis propias palabras? ¿Por qué no va René Avilés Fabila a ponerle su nombre a su fundación? ¿Acaso Nietzsche pensaba que era estúpido?

Quizá sea que te cansaste de primero cantarle a la luna. Quizá sea que te cansaste de después implorar su atención. Y quizá sea que te cansaste de también mirarte a los ojos. Y ahora sólo como entonces esperas caer solo sin siquiera saber dónde. Podemos vender o dejar que se roben nuestros votos, nuestros países, nuestros grupos de rock, nuestros escritores, nuestras libertades y nuestros ratos de ocio. O podemos no dejar que eso pase. Podemos dejarnos morir y matar, lo cual es tan pero taaaaaaaaaaaan placentero, sobre todo en compañía de un buen disco del buen Tom Waits, del buen Lou Reed, del buen Iggy Pop, del buen Nick Cave, del buen Rozz Williams o del buen Joy Division. Pero también podemos o no resistir. Hallar una cura. Hasta Kafka lo hacía, o lo intentaba. ¡Pero su madre! Siempre las madres.



Ha llegado el tiempo de los asesinos;
hay que ser absolutamente modernos.
Hoy no necesitas despertar convertido
en un repugnante insecto para que la
sociedad te trate como a un insecto.





Bibliografía básica recomendada en eterno crecimiento (vuelva pronto) para reconocer un absurdo que se resiste a ser comprendido (me resisto a poner la letra A por encima del resto):


Stéphane Mallarmé. Poesía completa. Barcelona, Ediciones 29. 1979.
Stéphane Mallarmé. Variaciones sobre un tema. México, Verdehalago. 1998.
Martha Robles. La ley del padre. México, FCE. 1998.
Antonin Artaud. Cartas desde Rodez 1. Madrid, Editorial Fundamentos. 1981.
Samuel Beckett. Three plays. New York, Black Sparrow. 1989.
Arthur Rimbaud. Poesía selecta. Ciudad de México, Ediciones Coyoacán. 1999.
Milan Kundera. La vida está en otra parte. México, Seix Barral. 2002.
Stendhal {Henry Beyle}. Rojo y negro. España. Editorial Planeta. 2001.
Charles Bukowski. El mundo visto desde la ventana de un 3er piso. México, Letras Vivas. 2005.
Patrick Waldberg. Dadá la función del rechazo. El surrealismo la búsqueda del punto supremo. México, FCE, 2004.




Epílogo mágico musical:

[A]Poema o blanco sobre blanco
Las flores de la tumba florecerán
Con relatos novedosos de serenidad fortuita
Y la fábrica de ilusiones
Va a existir siempre
Como una alma activa
Del reino
De los ídolos anamórficos
Que yacen soñando aquí con sus trajes nuevos
Escucharemos acertijos de oraciones
llamando
Las escenas de pintura de labios que acechan
Y el muchacho abrazado de un dios flexible
Y muchachas bonitas gritando
Los perdidos y los encontrados
Se acostarán con sus amores estáticos
Limpiando el corazón del eco
Hacia un paraíso privado de sueños
En un aire que se derrumba



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septiembre 15, 2009

Instantáneas del F I N del M U N D O ( i )

Paseo nocturno





Era pasada la media noche y me caía de sueño. Abrí la puerta y salí de la calle hacia mi casa. Me lavé la cara, las manos. Me quité la corbata, la camisa, el pantalón y los zapatos; los arrojé en cualquier parte.

La puerta de mi casa estaba cerrada desde adentro; alguien estaba ahí, durmiendo, podía escucharlo roncar.

En la cocina guardaba una llave de repuesto. Fui por ella y regresé y abrí la puerta. Allí estaba yo, durmiendo y soñando ruidosamente. Me acosté dentro de mí, conté 26 borregos y algunas cabras y me dormí y desperté.

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agosto 18, 2009

Minificciones

Fantasías I


El bombero
Apagó el incendio con gasolina.

PescadorCazó aquella ballena con sólo sus manos.

Cuento fantástico (mentira descarada)...y vivieron felices para siempre.

Cuento fantástico (realismo concreto)...y murieron felices para siempre.

Disculpa
¡Lo juro! ¡No sabía que tenía cinco años!

Utopía
Cada vez hay más menores de diez años que cometen suicidio.

Increíble
Cuando despertó, ella todavía le parecía hermosa.

Imposible
No sólo era una rubia hermosa e inteligente, también era heterosexual.

Milagro
Cuando la conocí, ella todavía era virgen.


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junio 01, 2009

Relato novedoso de serenidad fortuita; otro



...Árboles



A veces, al caer la noche, en ese momento en que el horizonte deja de ser una línea de luz roja, pero aún no es completamente negra, Emma sale a caminar al parque. Unos pocos niños juegan aún en los columpios o con un balón, corren de un lado a otro o montan en sus bicicletas, o dan giros y saltos con sus patines. En breve, algunas madres vendrán a recoger a los rezagados, y cuando Emma llegue a la banca del centro del parque, sobre una pequeña colina, y se siente bajo la sombra del árbol, que en la noche proporciona una sombra más deliciosa, ya no habrá más niños ruidosos que la molesten.

Un perro pasó corriendo junto a Emma. Emma tuvo que moverse a un lado del caminito de grava para no ser derribada por el niño que corría frenéticamente detrás de la bestia, gritando:
—Ven acá, no corras.

Suspiró para ahogar un gesto de enojo. No podía estar enojada. Necesitaba estar alegre, o no tendría sentido venir.

Continuó caminando a paso lento. Los gritos disminuían con cada paso que daba, como en una misteriosa conexión cósmica. Y en pocos minutos, ya estaba subiendo por la colina.

El aire refrescaba. Era uno de los grandes placeres, ese aire frío y vegetal que reinaba en el parque; un aire verde oscuro. Era como si allí nunca hiciera calor. Y ya era bastante con el calor de cada día de trabajo en la ciudad. Un calor pegajoso y molesto, al que ella imaginaba negro, que traía consigo más cansancio que la jornada de trabajo regular. Además estaban esas horribles minifaldas que debía usar en el trabajo; por fortuna, Emma nunca había sido de esas mujeres que se quejan demasiado pronto de tales cosas. Además, las propinas eran buenas, y en pocos meses había conseguido un buen lugar para vivir, un departamento amplio y bonito, cerca del parque. ¿Cuántas meseras podrían presumir de eso? Pero Emma no presumía en realidad. Tan sólo estaba satisfecha; no había nada de malo en sentirse bien consigo misma. Aunque no todo el tiempo era así.

Cerró los ojos para escuchar la brisa golpeando las hojas del árbol. Delicioso. Musical. Era como ser feliz. Y otros árboles, más allá, se unían a la canción del árbol de la colina. Cantaban para Emma. Y de los ojos de Emma escapaban las lágrimas. Una o dos lágrimas cada vez. De tristeza o de placer. En algunas raras ocasiones, ambas. Esta noche, la lágrima solitaria que salió de uno de sus ojos, representaba un sentimiento que no era muy claro. Emma se había separado de su novio unos días antes. Se sentía libre, pero no podía negar que se sentía triste.

Después de cinco años, su relación la ahogaba. Emma deseaba recuperar su vida. Antes, con frecuencia salía a bailar en las noches. Ya no lo hacía más. Solía ser independiente. Más tarde, comenzó a sentirse esclavizada. Recuperar su libertad era recuperarse a sí misma, recordar quién era. Emma es una mujer que baila y canta, que sueña y que no le rinde cuentas a nadie.

Pero se sentía sola. Eso no podía negarlo.

Escuchaba el sonido del aire sobre las hojas. Los ojos cerrados mantenían la mayor parte de la tristeza dentro. Se iba haciendo tarde. Estrellas pálidas en el cielo, y un poco de agotamiento en el cuerpo.

Se incorporó y dejó escapar un suspiro nostálgico. Una risita burlona se abrió paso desde su corazón, avanzando hasta alcanzar sus labios. “Será mejor que me vaya a dormir”, pensó.

Emma camina sobre las hojas secas. Le gusta el ruidito que hacen al pisarlas. Aún no termina el verano; el calor es sofocante, pero la noche puede ser fresca. Algunas hojas se equivocan y saltan de sus ramas, creyendo que ha llegado el otoño. El otoño es la temporada que más le gusta a Emma. Imagina la estación como una gran postal en tonos sepia o una película vieja, y se siente contenta.

Recuerdos. Su infancia le parece un prolongado otoño. Cabañas y hojas secas, viento, senderos libres de viandantes, bufandas; a Emma le gustan las bufandas. Cuando era niña, su madre le regaló una bufanda azul, para evitar resfriarse cuando jugaba en el parque con los otros niños. La vida de Emma parece un álbum de fotografías antiguas, melancólicas y un poquito siniestras. Le gustaría soñar con esas cosas, pero casi nunca recordaba sus sueños, y cuando lo hacía eran planos, aburridos; no había ninguna emoción en ellos. Emma recuerda que una vez soñó con la casa de la abuela, con sus escaleras de caracol que conducían a un ático lleno de polvo, cuadros, libros y vestidos increíbles. En su sueño, ella caminaba por la calle, y se detenía a mirar la casa de la abuela. Ahora deseaba haber traspasado el jardín y haber entrado a la casa, para ver si en los sueños también existían todas esas cosas que había en los recuerdos.

El crujir de las hojas le hizo pensar en un otoño en verano. Otoño en verano. Otoño de verano. Verano otoñal. Otoño veraniego. “Nada de eso”. Verano y hojas secas, que nunca volverán a existir, no más.

Salió del parque. Caminó sobre la acera, cruzó una avenida vacía. Un semáforo daba indicaciones a autos invisibles. “¿Tendrán avenidas los muertos?”

El eco de sus pisadas se perdía en la oscuridad del pasillo. La mano hizo girar la llave, y la puerta se abrió con un apenas esbozado rechinido. Emma encendió la luz de la sala, se sirvió agua en una copa, y olvidó tomarla. Ahora estaba contemplando el álbum de fotos de su cabeza. Allí estaba su madre, con su rostro y su frente grandes y esa sonrisa tímida que Emma heredó. Su padre siempre afligido. Su hermano menor de cabellos alborotados. Su abuela. Dio vuelta a la página. Allí estaban las instantáneas de su relación recientemente terminada. Una feria, un cine, un museo, un teatro, una librería, un grito, una bofetada, un reclamo, un temor.

Esa noche, Emma durmió muy sola.

Esa mañana, Emma despertó muy sola.

Ese día, Emma trabajó sin ánimos. Sólo esperaba la hora de ir a comer, para fumarse un cigarrillo y tomarse un buen café con mucha azúcar. No imitación, azúcar auténtica.

La jornada terminó. Se quitó la falda y se colocó su falda larga, de color verde olivo, esa falda que indica que Emma se siente muy triste, como si su corazón fuera a reventar, y muy distante, como si estuviera en el lado oscuro de Plutón, el planeta que ya no era un planeta sino sólo un pedazo de piedra muerta a la deriva. Emma no entendía cómo un planeta podía dejar de ser un planeta; pensaba que era como si alguien dijera que los pinos ya no son árboles porque no comparten las mismas características que los demás árboles. Emma a veces despreciaba al hombre. Se cambió los tenis blancos por los zapatos sin tacón, de tela gris, desgastados, que habían soportado durante años los pasos lentos de Emma. No se peinó, sólo recogió su cabello con una pinza roja de plástico.

En la calle, se comió una ensalada de pollo, chícharos, elote, papas, zanahorias y aderezo. Se fue a casa, hizo la limpieza, lavó los platos, guardó la copa después de tomarse el agua de la noche anterior, tiró a la basura viejas cartas de amor, quitó de la pared el cuadro abstracto y colocó un paisaje. Un otoño. Con una cabaña y un molino, un río y un pescador solitario que no conseguía aún atrapar nada. Y se fue al parque enseguida.

Llegó a su banca y cerró los ojos. El aire era un poco más frío esta noche. Y un poco más oscuro, cercano al gris negro.

Buscó en el bolsillo de su falda. Un caramelo. Necesitaba algo dulce, y un caramelo podía darle una sonrisa. Era de hierbabuena. Le enfriaba la garganta al aspirar su esencia. Emma pensaba que los muertos nunca sentían frío.

Cuando Emma iba al parque, y se sentaba en la banca sobre la colina, bajo aquel árbol, y escuchaba el roce del aire fresco sobre las hojas de todos los árboles, y saboreaba un dulce, era esa Emma libre que bailaba y cantaba y hacía todas esas cosas maravillosas que amaba, y ya no estaba sola.




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marzo 23, 2009

La literatura fantástica en México

Elena Garro, creadora del concepto "realismo mágico".

La literatura fantástica, en cualquiera de sus vertientes (policíaca, ciencia ficción, terror, sobrenatural, real maravilloso, concreto hechizado, etcétera) no goza de muy buena reputación en América Hispánica, en general, y en México en particular, siendo la literatura realista (que no deja, sin embrago, de ser ficción; incluso aquélla que habla de personajes, lugares y acontecimientos reales, lo hace de un modo ficticio) la que goza de mayor audiencia, sólo superada (en ventas) por las insulsas lecturas de superación personal, new age y revistas frívolas de moda y chismes.

La Historia de nuestro país, como de nuestro medio continente, se remonta a un pasado idílico, pleno de fantasías. Lo fantástico está inmerso en nuestra cultura (¡qué más fantástico que la idea de un ser -o de muchos- todopoderoso!), es parte de lo que somos, y aunque la literatura realista sea en general más apreciada por los escritores y lectores, y más estudiada y valorada por los críticos, es un hecho consumado que la obras más importantes que han dado nuestras naciones pertenecen a ese género desdeñado por las mayorías.


En México, practican o practicaron el género personajes de la talla de Juan Rulfo y Juan José Arreola, pero también Carlos Fuentes, Julio Torri, Inés Arredondo, Salvador Elizondo, Elena Garro (fundadora de la literatura latinoamericana de mayor prestigio en el mundo: El realismo mágico, al que no sólo dio un nombre sino que también dotó de unas características bien específicas), Rafael Bernal, Amparo Dávila, también René Avilés Fabila, Bernardo Ruiz, Beatriz Espejo, José Emilio Pacheco, Ricardo Bernal, Alberto Chimal, Gerardo Horacio Porcado, Emiliano González, Mauricio Molina, entre muchos otros[1], sin contar a los nuevos escritores, sobre todo provenientes de la escena oscura, dark o gótica. De América Hispánica provienen personajes como Horacio Quiroga, Eduardo Ladislao Holmberg, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, Augusto Monterroso, y una larga lista que resultaría de autores sobresalientes.

Habiendo tal cantidad de autores que han creado obras fantásticas tan importantes, ¿por qué seguimos considerando al fantástico como un género menor? Las razones pueden ser muchas: desde la ridícula idea de que el relato fantástico es sinónimo de cuento para niños o jóvenes inmaduros que pretenden negar la realidad (lo que se conoce como escapismo, hasta la suposición de que un continente trágico como el nuestro, al cultivar una identidad más cercana al socialismo que al capitalismo globalizador, no tiene tiempo para la imaginación, luchando como está para tan sólo sobrevivir (estoy hablando de la identidad del pueblo, no del Estado autoritario que gobierna en la mayoría de nuestras naciones). Razones como éstas, válidas como pueden ser, no consiguen explicar por qué, entonces, además de la literatura basura tan abundante hoy en día, el libro más vendido es Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, novela perteneciente, quién lo duda, al género fantástico (por más que casi todos sus poco críticos críticos la cataloguen de novela realista contada con analogías, metáforas y metonimias (¡ay que ser pendejo!); ver los textos adjuntos a la edición conmemorativa, publicada por Alfaguara, para conocer los textos en su totalidad y sus débiles argumentos -disfruté especialmente el del delincuente Álvaro Mutis-; critíquelos usted mismo).

Siguiendo esta línea de ideas, si Cien años de soledad es aplaudida y adorada por tantos, y esos tantos la han convertido (desde la soledad de una psicosis; como mínimo, desde la mentira y la farsa, que tan bien se da en nuestros países, al igual que la adulación fácil y el onanismo en grupo) en novela realista, es evidente que ese pasaje se ha dado como una forma de justificar la lectura de una novela perteneciente a ese género tan aberrante y desdeñado que es el fantástico: Si la consideráramos novela fantástica -parecen decir tales críticos-, sería vergonzoso haberle otorgado un Nobel a su creador.

Sin ir ya demasiado lejos, podemos aventurar una idea: La (buena) literatura fantástica es un arte elevado, y por ende será comprendida y aprehendida por una minoría. ¿Digo con esto que el arte es elitista?


La élite (para los fines que en este texto nos ocupan) es un grupo desafortunadamente muy reducido, conformado por sujetos cuyos alcances intelectuales van más allá de lo simple y evidente, de lo obvio y elemental, es decir, individuos de mayor inventiva, creatividad, y sobre todo, poseedores de una mayor capacidad de análisis, que permite acceder a la importancia real de la literatura fantástica y su relación con el mundo real, siendo como es, su mejor analista y crítica.[2]

La literatura fantástica, al ser un arte que podríamos etiquetar de superior, va dirigida al hombre superior (ya dijimos en qué aspectos); evidentemente, el individuo superior no puede ser el mismo que conforma las mayorías. Éstas, las mayorías, están destinadas (de cierto modo trágico, no literal) a consumirlo todo: consumen lo vulgar, por un lado, porque apela a ellas (grandes ventas de libros de superación personal y psicología barata que ofrecen soluciones a los problemas típicos del ciudadano común), consumen lo superior, por otro lado, por un asunto de frivolidad, ya porque se pone de moda o ya por las campañas mediáticas, como las que hicieron llegar Don Quijote de la Mancha y el propio Cien años de soledad a círculos de lectores más abundantes que nunca antes.

Ahora que sabemos esto, ¿no sería correcto favorecer la educación de nuestro país, de tal modo que esa reducida élite creciera un poco más? ¿No sería lo ideal que cada vez más gente desarrollara su capacidad crítica, y que el arte, en lugar de bajar su calidad para llegar a más sectores de la población, fueran estos mismo sectores los que aumentaran su capacidad de asimilar el arte? ¿No sería maravilloso que se leyera menos a Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska y sí más a Juan José Arreola y Elena Garro?

En tal sentido, es bueno que existan libros como Harry Potter, Lestat y Crepúsculo. Cuando una persona jamás ha tomado un libro, y (gracias a la publicidad) se atreve a comprar y leer uno de estos libros, esto puede ser una buena entrada a una mejor literatura, es un buen comienzo. El problema es que la mayoría, aún prefiere quedarse con esas lecturas, sin aventurarse a ir más allá. ¡Cuántos lectores de esta nueva literatura jamás han leído una línea de Poe, Lovecraft, Bradbury, Hoffman, Quiroga, Verne, o tan siquiera de Borges! Y si bien, aquellos exitosos autores, a nivel ventas quiero decir, escriben novelas del género fantástico, es importante hacer notar que no toda la literatura fantástica es un arte superior. La verdadera literatura fantástica, la que llamamos superior es, en palabras de René Avilés Fabila, “un arte refinado que no ha alcanzado el lugar que le corresponde todavía, que pertenece a las minorías y que por sus dificultades formales o temáticas no consigue la penetración necesaria, especialmente en donde los problemas culturales son grandes. Y esto no es un criterio elitista, sino parte de un complicado fenómeno político y social”
[3]. Pero, ¿cómo podrá llegar a esos sectores? ¿Qué le ofrecen hoy en día un Poe, un Lovecraft, un Arreola, a una persona que con grandes dificultades gana algo de dinero, apenas suficiente para mal-comer, mal-vestir y mal-vivir? ¿Qué le ofrecen a sus hijos? ¿A quién le sobran 50, 100, 200 pesos para comprarse un libro que no está seguro de que entenderá o disfrutará? Tú, escritor, ¿qué le ofreces?
[1] Significativo el caso el de Carlos Olvera, ganador del segundo lugar del concurso de cuento “Juan Rulfo” de 1988, quien en 1968 publicó Mexicanos en el espacio, probablemente la mejor space opera en español al combinar la literatura de la onda con los temas que pronto se volverían clásicos de la ciencia ficción (corporaciones súper poderosas, vuelos espaciales, corrupción, totalitarismo), anticipándose a John Brunner, y que entonces abandonó el terreno fantástico, considerado cosa de jóvenes.[2] En la traducción francesa de Crash!, de J.G. Ballard, el autor señala en el prólogo: “La ficción está allí. El trabajo del novelista es el de inventar la realidad”. Es en tal tono que podemos afirmar que la ciencia ficción, y toda la demás literatura fantástica, más que ser un género de evasión de la realidad, es un modo de asimilar la realidad, de aprender a vivir en ella y a transformarla en lo que queremos que sea. Pero no es un trabajo sólo para el escritor, lo es también para el analista y sobre todo lo es para el lector.[3] René Avilés Fabila. “¿Es la literatura fantástica un género de evasión?”, en: Material de lo inmediato. Nueva Imagen, México, 2005. p. 124.

marzo 17, 2009

Nico no estaba muerta




Nico no estaba muerta


Era otoño. Nico no estaba muerta.

Era 1999. Y ella lucía vieja y joven, eterna.

Yo viajaba en bicicleta, mirando a los otros ciclistas. Un mujer rubia, de ojos distantes y sonrisa extraordinaria aunque triste, y quizá un poco fría, pasó junto a mí. Era Nico. Di media vuelta sobre la hojarasca y pedaleé lo más rápido que pude; fui tras ella.

Había muchas cosas en mi corazón y se las quería mostrar. Pero no conseguí alcanzarla.

Para Adri, con amor, quien
compartió la magia de Nico conmigo

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enero 24, 2009

Incidente en Reforma

(Robert Crumb)

Plumas


Caminaba sobre Reforma. Eran cerca de las tres de la madrugada y ningún taxi se atrevió a detenerse. Hacía frío, pero me pareció agradable cruzar hasta el camellón central y caminar bajo los árboles que parecían más despiertos a esas horas.

A unos metros de mí, bajo la pálida iluminación pública, algo se movió. Me acerqué a inspeccionar. ¿Qué será? Tenía la forma de un hombre, pero cubierto de plumas negras y grises. ¿Un hombre alado, emplumado?

Di una palmada para llamar la atención de la criatura, si criatura era (se movía, debía estar vivo), y miles de pájaros emprendieron el vuelo; ante mí sólo quedaba el cadáver putrefacto de una persona.

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