Una araña
Fui a leer al baño y una sombra se deslizó encima de la
página 48, a la altura de las palabras “Café de Flore”. Miré a un lado y
descubrí una araña que colgaba con un hilo pegado al techo, junto al foco.
Sentí un ligero hormigueo en el cuerpo, esa sensación que se tiene cuando se miran
bichos pequeños, como si toda una colonia de ellos caminara bajo la ropa. Como
venganza, soplé contra la pequeña criatura, que al verse atacada emprendió la
retirada hacia las alturas a toda prisa. La vi recuperar el aliento, arreglar
un poco su tela y pasearse tambaleante por el azulejo, siempre a punto de caer.
Volví a mi lectura, y de nuevo la pequeña sombra apareció sobre la página 48, “era
necesario prolongar el milagro”. La ignoré por un momento, pues quería terminar
el párrafo antes de mirar a otro lado. La encontré sobre el lavabo, parecía
sorprendida de haber llegado a un lugar húmedo. Repetí mi agresión de antes, y
el pequeño monstruo repitió su estrategia de escape. Me sentí nervioso. La
sensación de insectos caminando debajo de mi piel era persistente. Me levanté,
cerré el libro y lo dejé a un lado. Miré a la araña que trepaba usando su
plateada cuerda y me pregunté por qué Spider-Man no lanza su tela por el culo.
Un mosquito revoloteaba alrededor de la araña, y yo deseé que fuera capturado,
envuelto y devorado. Tomé la escoba atrapé a la inquilina detestable, quien se
aferró muy bien a la madera. Di un golpe y la araña comenzó a caminar sobre el
piso. La aplasté con la bota.
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