
Recuerdo la segunda vez que te vi. Salí del tren sin saber dónde estaba. Unos chicos pasaron corriendo y tú caíste al suelo. Sacudiste tu vestido y me acerqué a ti. "¿Estás bien?", pregunté y compré una de tus flores.
Recuerdo la tercera vez que te vi. Tu cuidabas de una iglesia abandonada. "Las flores no crecen en los barrios", dijiste, "pero por alguna razón, no tienen problemas para crecer aquí". Supe que era tu alma quien las hacía crecer. Te llevé a tu casa, y junto a ti, contemplé el jardín.
Recuerdo la penúltima vez que te vi. Tú me buscaste para ir a la feria. Nunca olvidaré el viaje en góndola; tu mirada brillaba como la primera vez, pero la tristeza había desaparecido. Tomaste mi mano y regresamos. Entré a mi cuarto y te vi marcharte; y ahí estaba esa tristeza otra vez.
Recuerdo la última vez que te vi. Las lágrimas no me dejaban mirarte bien. Yacías fría, inmóvil en la cama de coral, tu rostro lleno de paz, y el mismo vestido rosa y esas botas marrón, pero nada de flores. Había música lenta y dolorosa. Te tomé en mis brazos y te llevé al estanque. Te dije adiós, mi llanto confundido con el agua. Y decidí que no seguiría adelante...
2 comentarios:
hermano hermoso,me preguntaba como tu y yo siendo tan exquisitos y sensibles seamos tan guarros? un abrazo
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