Foto promocional |
Lola Ancira es una
escritora mexicana que promociona su libro con fotos de ella misma modelando
ropa un tanto excéntrica y que pretende ser sensual, mostrando sus tatuajes y
su pertenencia al underground, a la escena dark. Bien, funcionó:
piqué el anzuelo y lo adquirí.
El título es enigmático: Tusitala de óbitos (Pictographia,
CONACULTA/INBA, 2013). “Tusitala” es el nombre que dieron a Stevenson (La
isla del tesoro) en Samoa, donde vivió sus últimos días, y significa “el
contador de historias”; “óbito” es una muerte. El título podría traducirse como
“Narrador de cuentos de muertos”, que ya no suena tan misterioso. Y lo que nos
encontramos, es un compendio de relatos breves de corte fantástico y culto, con
múltiples referencias literarias, un poco en la vena de Borges y Arreola. Hay
destellos de Salvador Elizondo, Edward Gorey, Amparo Dávila, y otros.
La primicia es atractiva, sobre todo frente al sobrepoblado mundillo de
la literatura de género, llena de vampiros, zombis y fantasmas, cuyas aventuras
no contribuyen en nada sustancial a la literatura, si acaso logran entretener o
divertir al lector durante unos minutos, pero el efecto es efímero. Otro punto
positivo es que la autora no explora la ya demasiado sobada minificción,
terreno fértil para los entusiastas de la literatura referencial y el relato de
imaginación, pero que, del mismo modo, poco aporta.
Las narraciones que conforman Tusitala de óbitos, tratan acerca
de laberintos, criaturas míticas e imaginarias, asesinos seriales (fetiche de
la comunidad dark), sueño y vigilia, y otros temas cercanos. No hay uno
solo que sea sobresaliente de entre la totalidad. En general, todos presentan
los mismos elementos positivos y adolecen de las mismas debilidades. Sobre
todo, esto último. Es evidente que ha leído mucho y sobre variadísimos asuntos,
y que sus cuentos fueron redactados en momentos de creatividad desbocada, pero
también lo es que la autora no se tomó el tiempo para revisar el estilo… ¡salvo
para buscar sinónimos altisonantes y llamativos! Pero lo más extraño es que un
volumen editado por CONACULTA/INBA, no haya sido revisado por un corrector de
estilo profesional.
Tusitala de óbitos. Cubierta |
Entre los defectos recurrentes, tenemos la repetición de palabras.
“Estar”, “mayor”, “tiempo” (“Dédalo”); “hasta”, “sobrehumano”, (“Cosmogonía de
las parafilias”); “prohibir” (“Los infortunios de Vigilius Haufniensis”); “que
sí” (“Un inminente progreso”); etc. Este fallo evidencia un léxico pobre, que
puede subsanarse con la incorporación de expresiones semejantes o, mejor aún,
de reescribir algunas partes, acción que se realizaría durante la revisión. La
contraparte a este error es el abuso de sinónimos; en el relato
“Licornio”, nos habla de una bestia mítica, “el licornio, al que tú conoces
como unicornio”, pero lo hace después de haberlo llamado “unicornio”. ¿Para qué
emplear el equivalente rebuscado y poco conocido, si de todas formas se olvida
de emplearlo al comienzo del cuento? ¿Para qué hablar de “la comida, la bebida y
los piscolabis” (“Los infortunios de Vigilius Haufniensis”) si es más fácil y
claro hablar de “la comida, la bebida y los postres”, o “tentempiés”, o
“aperitivos”, o “bocadillos”, o “refrigerios”? Todas ellas, opciones más
directas, más sencillas, y que no le restan valor literario a lo escrito. ¿Para
que usar esos vocablos análogos salvo para mostrar su enorme conocimiento de
palabras exóticas y raras, a demérito de la experiencia de lectura? En el peor
de los casos, estas voces son mal empleadas: “las posibilidades más dislates”
(“Pāyğāme”), aquí, el sustantivo es usado como adjetivo.
A lo largo de la obra, nos topamos con varias inconsistencias. En
los relatos “La mujer volátil” y “Élytron”, no hay una voz narrativa estable,
lo que hace a ambos cuentos, confusos; para asimilarlos, hay que leerlos dos
veces, pero, ¿por qué un lector preferiría releer este título en vez de buscar
otro? En “Cosmogonía de las parafilias”, enumera la relación superpoder-desviación
sexual, y a cada habilidad asigna un tipo de práctica sexual distinta de la
norma convencional: al mimetismo animal, por ejemplo, asigna la zoofilia; a la
inmortalidad, la necrofilia; “la asfixia y el estrangulamiento (...) dieron
forma a la asfixiofilia”, pero olvida mencionar el poder. En “Atavismo
ficcional” habla de “complacer placeres inconscientes”; ¿los placeres se
complacen? ¿No querrá decir los deseos? En “Spica” nos describe la llegada de
la noche y, poco después, nos dice que pronto anochecería; en el mismo, indica
que hay al menos una cosa que es “imposible del todo”, lo cual implica,
necesariamente, que hay otras que son menos imposibles.
En el ya mencionado “Élytron”, habla de un ser al que le aparecen unas
heridas a la altura de los omóplatos, de las cuales surgen unos cartílagos que
crecen; más adelante, los cartílagos vuelven a ser mencionados, esta vez con
membranas que evidencian lo que el lector ya sabe; enseguida, el personaje
planifica lo que será su primer vuelo, entonces mira un espejo y descubre, con
asombro, ¡que tiene alas! ¿No es ridículo? El personaje habla acerca de
emprender el vuelo, y después descubre sus alas. En “Jeremiades”, la escritora
cree que basta con informar a las autoridades, esa abstracción de la que no se
nos dice nada hasta que es invocada para resolver el atolladero en que se metió
Lola Ancira, de que en una casa ocurren hechos terribles, para que éstas
lleguen de inmediato y quemen la casa sin una investigación previa; ¡eso va más
allá de lo fantástico y de lo absurdo! Es, sencillamente, estúpido.
Repetidamente, nos encontramos con líneas grandilocuentes que provocan
el deseo de abandonar la lectura. Algunos ejemplos: “La causa de este hado
funesto fue la necesaria exteriorización de su caótico y discrepante mundo
interior” (“Jeremiades”); “Criaturas trashumantes sobrevolando paisajes secos
de denuedos, horizontes desamparados de utopías e ilusiones abandonadas a la
intemperie” (“Permanencia”); “Te advierto que los exoesqueletos de las palabras
son más terribles y su olor es más penetrante que el de un mórbido cadáver
animal con días de descomposición” (“Legado”). Todas estas líneas pretenden
dotar a las narraciones de refinamiento o elegancia, sin conseguirlo, y éstas
no perderían valor literario si tales locuciones fueran modificadas o
eliminadas por completo.
Para ser honesto, sí que hay una excepción. El relato “9 192 631 770” está
bien logrado. Pese a presentar los mismos problemas que el resto, es decir, el
uso excesivo de adjetivos que lejos de mejorar, distraen la lectura, las
palabras rebuscadas (aunque menos presentes que en el resto), una pretendida
erudición, el final predecible, el texto se desarrolla con fluidez y pocas
distracciones, y tras la conclusión adivinada desde las primeras líneas, hay un
pequeño giro, una mínima vuelta de tuerca, sutil, casi insignificante, que lo
convierte en un cuento notable, sin duda el mejor de la colección, pero aún
insuficiente para darle valor al libro.
Foto tomada de su cuenta de Facebook |
Estas consideraciones acerca de Tusitala de óbitos no se basan en
reglas absolutas, no existe tal cosa, pero sí en modelos que reconocemos por su
valor literario, y que la propia autora reconoce, y aunque las reglas están
también para romperse, antes de ello hay que conocerlas y usarlas, y crear
nuevas sólo cuando lo que queremos decir no cabe dentro de los límites que esas
reglas pretenden aplicar.
En conclusión, este primer
libro de Lola Ancira pretende mostrar cosas elevadas, sublimes, pero al no
lograr la verosimilitud necesaria, el intento se malogra y el resultado es un
conjunto irregular, principalmente por los vicios que arrastra nuestra autora:
entre dos palabras para transmitir la misma idea, elige generalmente la menos
clara, causando la distracción del lector, lo que lleva al aburrimiento; el uso de
palabras ostentosas y las constantes repeticiones, que evidencian a una
escritora poco experimentada, insegura a la hora de enfrentar sus temas; y la
tendencia a mostrar su erudición y extenso vocabulario (¿o un carísimo diccionario de sinónimos?) más que a desarrollar un
universo coherente y creíble en su especificidad, más interesada en evidenciar
sus lecturas y sus preferencias, y menos en buscar su propia voz. Defectos
todos ellos que pueden corregirse en futuros textos.
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