Apesadumbrado por la imposibilidad de acudir a dos eventos que se realizarían simultáneamente, por un lado el curso de capacitación al que no podía darse el lujo de faltar y, por el otro, la conducción de la exposición de Antonieta Rivas Mercado, Teófilo Huerta acudió a mí en busca de ayuda. Él sabía que si existía una máquina clonadora funcional, yo la tendría entre mis cacharros, y no se equivocó.
—Aquí la tienes —le dije y le entregué una caja de cartón corrugado de unos 60x60x60, debidamente sellada con la leyenda “Frágil”—, y no es necesario decirte que tengas cuidado con ella, ¿no?
No queríamos que una horda de Teófilos Huerta anduviera libre por las calles de esta ciudad, ya de por sí demasiado concurrida por personajes que parecen todos haber sido cortados con la misma tijera.
Durante unos días no pensé ni en Teófilo ni en la máquina clonadora, hasta que me enteré de que el intento de mi amigo había sido un fracaso. La máquina funcionaba perfectamente, que no se crea que ahí hubo error, ahora había dos Teófilos. El problema fue que, como eran idénticos, también lo eran sus pensamientos: ambos decidieron acudir al mismo evento y, al encontrarse en la frente a frente de camino a su destino, terminaron dándose de puñetazos, perdiéndose por completo de la posibilidad de acudir a cualquiera de los dos.
1 comentario:
Gracias por el regalo.
Me sentí como Tom Cruise que en una película futurista se pelea con su doble.
Genial solución que me das y cuya moraleja es que por ahora como terrícolas sólo tenemos un destino, o bien, la opción de elegir un camino entre varios y no todos a la vez.
Publicar un comentario