Mi nombre es Bernardo, pero mis amigos me llaman el Oso. Salí
en mi carcacha a visitar a mi hermano, que vive en Puebla. No era muy buen
conductor, pero me gustaba hacerlo sobre todo porque escuchar la radio y llevar
la ventanilla abajo, dejando que el viento me enredara el cabello, era uno de
esos placeres de juventud que se habían quedado en mí hasta la vejez.
Al llegar a
la carretera México-Puebla, que por la noche se encuentra libre de viajeros, destapé
mi whisky, envuelto en papel de estraza como el de cualquier borracho
arquetípico. Di algunos sorbos y comencé a grabar:
—Aurelio
tomó el telescopio de su padre —dije con la voz muy ronca— y lo colocó frente a
la ventana de su cuarto. Tal vez podría espiar a Karina mientras se cambiaba de
ropa en el edificio de enfrente.

Sentí
hambre. Presioné el stop, salí de la carretera y descendí del auto. Regresé a
subir el volumen, esa canción me gustaba. Saqué el recipiente con frijoles de
la olla. Estaban fríos, era un viaje largo y no había remedio. De una arrugada
bolsa de papel, saqué un bolillo y una bolsita de rajas. Comí con ánimo, pero
lentamente, disfrutando del paseo y del aire limpio de la carretera. Oriné
entre unos matorrales. Un automóvil cruzó la carretera a toda velocidad. Era
hermoso estar ahí, en la soledad de la noche, sin preocupaciones serias en las que
pensar.
Después de
grabar algunas líneas, volví a la carretera. Hacía buen tiempo, incluso podía
escuchar el canto de algunos pájaros. Una mariposa nocturna se posó en el
parabrisas. No viajaba tan rápido como para hacerla puré, así que pude
observarla mientras movía sus alas y trataba de huir. Finalmente, lo consiguió;
en un rápido movimiento, se alejó del coche, se internó en el bosque y la seguí
con la mirada. Era una bella criatura, grande como un pájaro, de movimientos
delicados, era como un calidoscopio del color de los troncos en la oscuridad.
—No vi la
curva. Me salí del camino. El mundo es extraño cuando lo miras cabeza abajo.
Una mariposa nocturna, con un gran sentido de la ironía, se posa en el
parabrisas mientras me doy cuenta de que ya tengo el cuento perfecto para
arrancar mi libro.
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