Mi abuela padece demencia, y cada día que pasa el deterioro
se nota más. La encargada de cuidarla todo el año es mi madre, pero esta
navidad pasada fui a ayudarla.
Mi madre fue a
comprar algo para la cena y como mi padre no volvería del trabajo hasta las
diez, me quedé solo con mi abuela, y me dediqué a cuidarla consentirla. Quería
jugar con la carne cruda y se lo permití, no trató de comérsela, sólo se dedicó
a moldearla con las manos, a olerla y sentirla. Estuvo en ello más de una hora.
Luego, la lavé y se quedó en su silla, inmóvil.
Le tomé una foto,
se la mostré.
—Conozco a esa
mujer, ¿quién es? —digo mi abuela, con la mirada fija en su retrato.
Esa misma noche, después
cenar, al quedarme viendo películas en la televisión de la sala (mi madre
prácticamente me obligó a pasar la noche en su casa), pensé que la vida era muy
injusta con algunas personas.
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